En el trail running, como en el deporte en general, hay dos maneras de calificar a los corredores: élites y amateurs. Para los primeros, entrenar, cuidarse, competir y mejorar es su trabajo y forma de vida, además de placer claramente. Para el resto, el 90% de los que amamos este deporte, es un estilo de vida que elegimos y que para poder llevar adelante debemos trabajar muy duro, ya que hay que costear viajes, inscripciones, estadías, entrenamientos, equipamiento necesario y todo lo que implica ser parte de este hermoso deporte. Pero a la vez, los amateurs se dividen en varios tipos diferentes, y cada uno tiene sus necesidades y justificaciones que seguramente sean más que válidas. No es lo mismo un joven de 20 años que empieza a correr, que tiene décadas por delante para experimentar que una persona de 40 o 50 años que descubre este deporte y sabe que lo que hoy su cuerpo le permite hacer quizá mañana no. Y eso repercute en las decisiones que cada corredor o corredora toma respecto a sus desafíos. Y, siempre que lo haga con la máxima responsabilidad, hay que respetarlo. Porque nadie es nadie para juzgar al otro, y menos si no conoce su historia y motivos. Al contrario, siempre hay que alentarlo e impulsarlo para que lo haga con la más absoluta conciencia y que se prepare a la altura del desafío que decidió afrontar. Porque, a la larga. La negativa y los fundamentalismos nunca llevan a un buen final.
Cuando me planteé el desafío de correr las 100 millas (161 kilómetros) de Patagonia Run 2023, pensé: “Es media carrera más”. Venía de correr 110K (kilómetros) por segunda vez y la diferencia matemática entre esa distancia y los 161 de este año eran 50K. O sea, media carrera más. Enorme error. Nunca imaginé que ese extra implicaría un esfuerzo sobrehumano que podría desembocar en varios días en cama.
El humano es el ser más inexplicable que pueda existir. Debe ser el único sobre la faz de la tierra que cuando más duro es el camino que tiene que atravesar para alcanzar un objetivo, más disfruta del logro cumplido. Para cualquier persona “normal” puede sonar masoquista, pero es real. Los corredores de trail, por ejemplo, cuando corremos una carrera que no es lo difícil que esperábamos, la criticamos.
Está claro que el sólo hecho de correr “non stop” 100 mi. de sencillo no va a tener nada, y mucho menos si se trata de la carrera de trail más importante de América y una de las más importantes del circuito mundial de Spartan Trail World Championship: Patagonia Run Mountain Hard Wear, uno de los desafío más exigentes del mundo que recorre los paisajes patagónicos más bellos de la hermosa ciudad neuquina de San Martín de los Andes.
Llegamos a San Martín el martes 11 de abril pasado el mediodía y, como cada año, en la ciudad neuquina ya se palpitaba una semana inolvidable. Los corredores y corredoras cruzándose en cada esquina, algunos haciendo sus últimos entrenos, otros acreditándose (retirando su kit de remera, número de corredor y regalos de la organización), otros paseando por la enorme exposición que cada año arma la organización (en la que no falta ninguna marca del mercado) y otros, recién llegados, tratando de encontrar algún lugar donde parar en una ciudad colapsada por los deportistas y sus familiares, a pesar de que cuenta con más de 6000 camas.
El miércoles arrancó la fiesta en la base del Cerro Chapelco. Temprano se largó el kilómetro vertical, ganados por Javier Cattiqueo (H) y María Florencia Milanesi (F). Un rato más tarde largaron los 21K (kilómetros), en los que se impusieron Gastón Gambareri (H) y Fernanda Martínez (F). Y la distancia de 10K quedó en manos de Gabriel Muñoz Soto (H) y Florencia Buide (F). Al día siguiente se largaron los 42K desde la misma base pero con enorme presencia de deportistas internacionales. Sin ir más lejos, el podio de los hombres fue para el español Antonio Pérez Martínez, seguido por los peruanos Gamaniel Cordova Huaman y José Mallma Quispe. La líder de las mujeres fue la española Nuria Gil, seguida por las argentinas Roxana Flores y María Paula Galindez. Y llegó el tan preciado viernes 14. Falta nada para que el reloj marque las 11 am. y de inicio a la locura. Pero, en realidad, el sueño comenzó a gestarse cinco meses antes.
El inicio del sueño
La decisión de correr las 100 mi. de Patagonia Run nació hace poco más de un año, en el mismo momento en el que crucé por segunda vez el arco de los 110K de la misma carrera y físicamente entero, habiendo bajado más de 5 horas mi tiempo anterior. En ese momento le dije a mi entrenador Pablo Berge (@pablo.berge) “el año que viene vamos por las 100 millas”. “Estás loco”, me respondió. Me conoce, claramente, por eso es que su reclamo duró apenas unos días y luego se puso a trabajar en un plan a medida para mi.
Normalmente siempre empiezo la pretemporada el 1 de enero, pero esta vez la adelantamos un mes, ya que en febrero me habían invitado a correr Comodoro Ultra trail y la idea era que esa carrera fuera la ultra ultra de 80K antes de Patagonia. Así que el 1 de diciembre de 2022 empezó el trabajo. Si, no es nada fácil superar Navidad y Año Nuevo en plena etapa de entrenamiento intenso, pero cuando el sueño lo vale no hay dudas de que somos capaces de hacer hasta lo imposible.
Seis veces por semana, dos días de doble turno, combinando gimnasio y running, implementando pasadas con cinta en desnivel para emular el constante desgaste de trepar sin parar (los que entrenamos en la Ciudad no tenemos la suerte de poder subir cerros así que tratamos de subir lo que fuere). Subir y bajar los 10 pisos del edificio todo el tiempo, evitando el ascensor. Los fondos interminables de los domingos por Palermo, las pasadas explosivas o largas en el Rosedal, los cambios de ritmo o trabajos a ritmo en los bosques de Palermo, todo y cada movimiento valió la pena y, cuando un entrenador te conoce y conoce tus límites, te arma un plan que te lleva al límite pero sin romperte y es ahí cuando empezás a darte cuenta que el sueño está cada vez más cerca.
A esto hay que sumarle la suerte de haber podido viajar en febrero a San Martín de los Andes a sumar desnivel positivo (trepar los cerros) y correr Comodoro Ultra Trail donde obtuve mi primer podio en categoría (2º). Y en marzo haber podido correr en Córdoba, Vale aclarar que cuando trabajo para un objetivo, en este caso eran las 100 mi., todas las carreras que corra previas a esa las hago como parte del entrenamiento del objetivo real. Es importante para mi no desenfocarme y trabajar con la mente puesta en un objetivo, porque solo así creo que se dan los buenos resultados. Y así, llegó el día.
Correr en una obra de Van Gogh
El reloj marca que faltan apenas unos minutos para las 11 am. La adrenalina corre a mil por las venas. Al llegar me encuentro con el Doc. Marcelo Parada (creador de los circuitos de Patagonia Run) en pleno trabajo, me abraza, nos sacamos una foto y me desea la mejor de las suertes. Amigos por todas partes, Flor, Jime, Nadia, Agueda, Leo, y muchos más acompañando y alentando desde afuera del corral de corredores. Dentro, Sofi Cantilo que saltando me abraza y contagia su alegría; mi amigo Seba Solimo no para de moverse y emocionarse; como Rodrigo Quintana; y Karen Melchori no puede evitar el llanto que provoca el más maravilloso texto que leyó Mariano Álvarez. Porque hay que decirlo así: los organizadores (Gabriela Azcárate, Sergio Ochoa y Mariano Álvarez) hicieron lo que para mí fue la mejor largada de la historia de mi vida para una de las mejores carreras de trail del mundo. Y que quizá sea muy difícil de superar.
Desde la plaza San Martín largamos unos 350 locos y locas (anormales para algunos) en búsqueda de esos 161 kilómetros con más de 9.000 metros de desnivel positivo acumulado. Cinco cuadras de llanto hasta la costanera del Lago Lacar en un tunel de personas que, entre cencerros, cornetas y aplausos, no paraban de alentar y de desearnos lo mejor. Tres cuadras más en subida y a la montaña.
El día fue espectacular. El sol no paraba de enaltecer la belleza de los rojos, amarillos y naranjas con los que se decora la inmensa vegetación de los cerros. Y de abrir las nubes para que los corredores apreciamos cada una de las pinturas mágicas que la naturaleza creó sin que nadie se las pidiera. Llegamos al Pas Base, en el Chapelco y, de ahí, tras ser recibidos por amigos como Diego Coco Cisneros y su hijo Valentín, derechito a la cumbre, luego de superar esos últimos 300 metros de una pared casi interminable. La primera etapa de las 100 mi. son las más duras, no hay dudas: se recorren 51,4 kilómetros con casi 3.300 metros de desnivel positivo acumulado. Para los que no conocen, los Pas son los puestos con personal trabajando y médicos que las organizaciones arman dentro del circuito para que los corredores descansen, recarguen bebidas y comidas y sigan adelante. Para las 100 mi. hay un total de 15 entre la largada y la meta.
Luego de pasar por las zonas de mallines y tras superar varias subidas y bajadas llegamos al Pas Miramas (el 3º de 15) y luego a La Buitrera, una imponente rocosa que buitres y cóndores utilizan para enseñarles a volar a sus pichones. Un rincón inhóspito que brinda una de las vistas más hermosas de San Martín de los Andes y de toda la carrera. Y, de ahí, de vuelta a la ciudad para encarar la parte final de la carrera, ya con la noche sobre nuestras cabezas.
La noche más fría de Patagonia Run
“El día estuvo increíble, pero si no se cierra a la noche va a caer una helada tremenda”. La frase fue de uno de los lugareños al salir del Pas de Luz. Quedan dos tercios de carrera, pero cuando cae el sol, para los corredores normales (no los élites) la competencia entra como en una pausa, donde lo importante es pasar la noche. “La carrera reinicia cuando sale el sol”, se suele decir. Y la noche no se cerró.
Sucede que es la parte más delicada de la carrera para muchos. Al estar uno corriendo no se da cuenta que el frío lo está afectando y muchos creen estar bien sin abrigarse. Pero esa es la peor decisión. Y la pagarán más adelante. Así llegamos al Pas Colorado 1. A esta altura ya llevaba 84 kilómetros de carrera, la mitad. En el circuito ya estaban corriendo también los de 110K que habían largado a las 20. Puede sonar raro pero cuando nosotros íbamos, por el mismo Pas pasaron quién horas más tarde sería el ganador de las 100mi, el argentino Sergio Pereyra, y el catalán Pau Capell (2º). Para ellos era el Colorado 2 ya.
Antes de llegar al Pas ya sentía una molestia en el dedo gordo del pie derecho y pensaba: “se me rompió la media o la uña”. la que fuera había que resolverlo antes de que causara otra lesión peor. Por suerte fue la media. Así que me senté, volví a llenarme de vaselina los pies, cambie medias y me puse mis amadas NNormal Kjerag (zapatillas a las que debo hacerles un monumento porque hicieron 161K sin un problema ni ampolla). Luego de hablar un rato con mi amigo Gastón Grané (Tonchi) seguimos adelante. Al salir del Pas me cruce con el ruso Dimitry Mityaev que venía tercero, luego me enteraría que abandonó al llegar al Pas.
La noche estaba colmada de estrellas. No recuerdo haber estado en algún lugar que tuviera tantas estrellas todas juntas en un mismo cielo, en el que además no había ni siquiera un intento de nube. La luna, brillante y bien recortada, se posaba sobre una ciudad lejana cual adorno de cuna. todo era perfecto. demasiado para no tener algo que lo complique. Fue entonces que las copas de los árboles y arbustos empezaron a pintarse de cristales blancos que reflejaban con la linterna frontal de los corredores. Si. la helada que aquel lugareño había anunciado estaba empezando a decir “presente”.
A esta altura, yo ya vestía remera de carrera y térmica, micropolar, rompeviento impermeable y guantes de frío. A muchos los tomó por sorpresa, porque la helada fuerte cayó mientras muchos estábamos subiendo el Cerro Centinela o Milico, el más chico de los cuatro que se suben pero, les aseguro, el que más los va a hacer sufrir. Imaginen subir durante horas casi por una pared con una inclinación que cada 30 pasos te obliga a parar para recuperar el aire. No por nada es el cerro apodo como: “de la madre”.
La mañana nos agarró a la mayoría en la zona de mallines. Nada lindo, ya que el frío extremo comienza a surgir y despertar la hipotermia en muchos corredores y corredoras, estás rodeado de montañas y al sol sólo lo ves asomarse en las cumbres. Así que a cubrirse las vías respiratorias con un buff y a seguir. Ya con el sol arriba, llegué al Pas Quechuquina (kilómetro 114) y la carrera volvió a empezar.
Patagonia Run: quiebre y resiliencia
Todo venía impecable. Mi amigo Tonchi, con quién me había encontrado en el último Pas y que ya corrió varias veces las 100mi. había hecho un cálculo y estimaba que estaba para terminar la carrera en unas 31 o 32 horas aproximadamente. Así que encaramos el Lago Lacar, donde, a esta altura, tener que caminar 400 o 500 metros con el agua helada hasta las rodillas es casi lo más placentero que podría pasarte.
Llegué al Pas Cohiue (kilómetro 129), ubicado en la mitad del Cerro Quilanlahue (el último por afrontar). Mientras subíamos la parte más marcada, pasé a un corredor de 70K que venía bastante agotado (habían largado a las 5 am.). Frene, lo miré y le pedí que se diera vuelta. giró y vio un paisaje increíble que le sacó una sonrisa. “Cuando te sientas cansado, date vuelta, mirá el paisaje y date cuenta todo lo que hiciste para llegar hasta acá”, le dije sin conocerlo. Luego de la carrera me enteraría que su nombre era Chiristian Gramano, porque me recordó la frase por mensaje de Instagram.
Al terminar la trepada dura y lenta se entra en un camino largo de bosques que lleva directo hasta la cumbre y que permite correrlo casi todo. Así que arranqué sin saber que llegaría el momento del quiebre. Tras los primeros 30 metros de trote, empecé a sentir que se me revolvía el estómago al punto de que si seguía iba a vomitar. Frené, tomé aire, caminé un poco hasta que se me aplacó y volví a trotar. Esta vez me vi obligado a frenar a los 20 metros. Algo andaba mal. Cada vez que intentaba trotar sentía que se me venía el mundo abajo. Intente un par de veces, incluso comiendo algo para ver si eso aplacaba el malestar, pero no. Cada vez podía ingerir menos y, de correr, ni hablar. Así que me resigné e hice toda la subida al Quilanlahue y la bajada hasta llegar al anteúltimo Pas, caminando. Mis cálculos se habían desmoronado. Ahora, la meta era llegar.
Al llegar al Pas Colorado 2 (14º, kilómetro 142), mi desconcierto era total. No podía comer nada. físicamente estaba para correr hasta el final, el horario de los cortes empezaba a preocuparme y no entendía qué había pasado. Pedí la bolsa de corredor (en la que dejamos ropa y lo que necesitemos), me cambié la remera, me saqué el chaleco pesado cargado y me puse una más liviano y sin nada, dejé la cámara 8el frío de la noche se había comido la batería) y entré a la carpa buscando qué probar para intentar aplacar el malestar estomacal. recordé que lo único que había podido ingerir habían sido un par de gomitas Mogul, así que me acerqué a la mesa, tomó un par y al tragarlas sentí que me aliviaran las náuseas. “Llenala de gomitas”, le dije a la asistente mientras le daba una bolsita ziploc. La lleno, repuse agua y arranqué mis últimos 20 kilómetros.
Corría hasta que se me revolvía el estómago, me comía un par de gomitas, se me pasaba y seguía. Así llegué a buen ritmo al Pas Bayo 2 (último) y de ahí, tras recargar agua, partí hacia la meta. A gomitas y agua bajé desde el Mirador Bandurrias hasta la costa del Lacar, cruce el puente y corriendo, entre alientos y aplausos, atravesé las 5 cuadras por la avenida San Martín que unen la costa del lago con la plaza donde estaba el arco de llegada.
El reloj me marcó que me llevó 35 horas, 13 minutos y 44 segundos recorrer los 161 kilómetros de las durísimas 100 millas de Patagonia Run. Pero del otro lado estaban ellos, siempre al pié. Rodillas al suelo miré al cielo para agradecer a mi familia, que siempre me acompañó y bancó en estas locuras, y que están a mi lado en cada zancada que doy y cada metro que trepo; a mis amigos que a pesar de que muchos piensan que no estoy bien de la cabeza me bancan a pleno, a mis colegas y seguidores a quiénes les debo el mayor de los respetos imaginables porque son de fierro y me lo demostraron en los cientos y cientos de mensajes que recibí. Y a los organizadores que siempre son los primeros en darte ese abrazo que vale oro, en mi caso, y como cada año estaba ella, Gaby Azcárate, firme siempre, y los imbatibles Sergio Ochoa y Mariano Álvarez, que se mezclaron con mis amigas, las genias de Flor y Jime que no importa la hora ni el clima, se que siempre estarán ahí esperando verme llegar.
Todo fue hermoso hasta el día siguiente, cuando el ataque gastrointestinal se apoderó de mí cuerpo. Qué pasó será cuestión de evaluarlo, pero hablando con profesionales especializados y expertos ultramaratonistas, la realidad indica que a medida que las distancias aumentan los factores que deben engranar a la perfección son más, y también son más los que no dependen de nosotros. Porque correr 100 millas es mucho más que un entrenamiento físico: hay que aprender a comer sólidos, más comida real y menos complementos, adiestrar al cuerpo y al sistema gastrointestinal para estar en constante movimiento brusco durante más de 24 horas y trabajando con menos oxígeno del que normalmente lo hace debido al estar corriendo. Porque correr 100 millas es cuerpo, cabeza y factores externos que no podemos controlar. Porque correr 100 millas es un esfuerzo sobrehumano que lleva al cuerpo a niveles realmente extremos y que muchos consideran incluso que ni siquiera es sano. Porque correr 100 millas te deje 5 días de cama como a mí perdiendo peso y sin poder comer ni beber nada, preguntándote quién te mandó. Porque correr 100 millas es una locura inexplicable e inentendible para muchos. y si hablamos de las 100 millas de Patagonia Run más aún. Tanto que, en una de esas, quizá, quién sabe, nos encontremos en el arco de largada el próximo año. Por eso: “Que sea hoy. Que sea aquí, donde las calles no tienen nombre. Que sea TRAIL” (Mariana Álvarez dixit).
Agradecimientos: A No Aflojes y Nutremax, que siempre me acompañan. A TMX y NQN Eventos, organizadores de PRMHW. A Fotos de Aventura, Leo Casanova PH, Marcelo Tucuna PH por las tremendas fotos que registraron. A Sole Depresbítero e Hipólito Nosiglia por el excelente acompañamiento y por bancarme en San Martín de los Andes. A las autoridades de San Martin de los Andes, por estar siempre dispuestos a dar todo para que los corredores y la prensa disfruten de una de las ciudades patagónicas más hermosa de la Argentina. Al Loi Suites Hotel, por haberme hecho pasar una semana increíble en sus lujosas instalaciones. Y a los miles de amigos y amigas, corredores y corredoras, élites y amateurs que comparten y viven como nadie esta loca pasión a la que llamamos ultra trail running.